Mi madre cortaba las zanahorias en cubitos y pelaba las papas mientras hablaba, con la voz llena de emoción. Yo tenía unos 6 años y ya conocía bien la historia. “Tu abuelo fue un héroe”, dijo. “Cruzó el desierto mientras los turcos intentaban matarlo. Cada vez que intentaban atraparlo, él los superaba”.
Asentí con aprobación. Sí, mi propio abuelo había cruzado extensiones de tierra estéril y burlado a los malos, en una trama sacada directamente de una de mis caricaturas. Siempre sentía orgullo al escuchar su historia, hasta que ella agregó esta última parte: “Tenía tanta sed que bebió su propia orina”.
Mi madre repetía la historia que su padre, Stepan, le había contado. Durante su propia infancia, su padre la hacía recordar regularmente los últimos días del Imperio Otomano, cuando el gobierno deportó a la mayoría de los 2 millones de armenios que vivían allí, causando la muerte de más de la mitad. Frase por frase, ella había memorizado casi todos los detalles de su historia, cómo había pasado de ser un empresario exitoso a un mendigo en una marcha de la muerte, junto con otros armenios étnicos. Siendo una de las pocas personas que sobrevivió al exterminio sistemático del gobierno del Imperio Otomano de aproximadamente 1,5 millones de armenios durante la Primera Guerra Mundial, mi abuelo nunca dejó de compartir su historia: cómo se había librado de la policía, se había disfrazado y cuando menos lo esperaba, había experimentado la amabilidad de extraños, al mismo tiempo que su comunidad moría a su alrededor.
Sus libros con notas recientemente descubiertos se convirtieron en la base de mi libro, The Hundred-Year Walk: An Armenian Odyssey. Usando sus palabras y realizando investigaciones adicionales, desanduve por su marcha de la muerte a través de lo que hoy es Turquía y Siria. Pero la semilla del libro germinó hace mucho tiempo, en la cocina, cuando mi madre me contó sobre la desesperada lucha de mi abuelo por sobrevivir.
Compartir historias dolorosas de la familia
Muchos padres se enfrentan a la misma decisión que tomó mi madre, solo que con historias diferentes. ¿Deberíamos contar las historias de nuestras familias cuando esas historias son extremadamente dolorosas? ¿O es mejor no contarles los terribles detalles a los niños? ¿Hay un momento adecuado para entablar conversaciones sobre guerra, tortura, violencia, adicción? Las investigaciones recientes muestran que educar a los niños sobre la historia de su familia puede ser beneficioso para su desarrollo. Conocer el historial familiar está asociado con una mayor autoestima y resiliencia. Pero para las familias que tienen una historia difícil o dolorosa, no es fácil saber cuándo y cómo compartir estas historias.
Aunque los niños parecen beneficiarse al conocer incluso las partes más oscuras de su historia familiar, los psicólogos enfatizan que los padres deben tener cuidado sobre cómo cuentan la historia. Duke y sus colegas descubrieron que las historias familiares más beneficiosas comienzan con los momentos buenos, pasando por los malos y de regreso a los buenos. Dijo que estas narrativas son las que más se asemejan a la vida a diferencia de las que no tienen rastros de adversidades. De esta manera, los niños crecen aprendiendo que pueden superar los inevitables desafíos que surjan. “Cuando te cuentan que tus ancestros estaban asociados con la valentía, perseverancia o superación de las adversidades, aprendes que llevas esas cosas en la sangre”, dice Charles R. Figley, distinguido presidente de salud mental de la Universidad de Tulane. Comprender las acciones heroicas de los miembros de la familia parece ayudar a los niños a relacionarse con la resiliencia, lo que a su vez los hace más resilientes.
Entonces, ¿cuál es la mejor manera de contar estas historias? ¿Cómo se informa y fortalece, particularmente cuando se trata de una dolorosa historia de genocidio, esclavitud o guerra? Mucho ha cambiado desde los primeros días en los que se enseñaba a los niños sobre el Holocausto. En generaciones pasadas, los alumnos de cuarto grado veían documentales gráficos con poca explicación. Eso fue algo que marcó a algunos hasta la edad adulta. Eran fotografías y videos granulosos en blanco y negro que mostraban a aldeanos aterrorizados en vagones para ganado, campamentos llenos de esqueletos y las hogueras de los muertos. Las investigaciones demuestran que los niños no aprenden cuando están asustados o estresados.
Los padres primero deben preguntarse cuál es su motivación, especialmente cuando el niño es muy pequeño. Muchas veces, la historia puede esperar hasta que el niño sea mayor. Pero si hay una historia dolorosa que absolutamente debes compartir con tu hijo, comienza buscando la orientación de un terapeuta o psicólogo. Planifica la historia para que puedas parar si tu hijo no parece estar soportando la información.
Eugenie Mukeshimana, una sobreviviente del genocidio contra los tutsis de 1994, nunca se sentó con su hija a hablar sobre eso. No tuvo que hacerlo. Durante los cinco años posteriores al final de la masacre en Ruanda, su hija y ella enterraron los restos de amigos y familiares una vez que fueron encontrados. El esposo de Mukeshimana fue asesinado sin haber conocido a su bebé y Mukeshimana apenas pudo sobrevivir a la matanza. “Todos los fines de semana iba a esos entierros y la llevaba conmigo. No pensé en si era necesario que ella viera todo eso. Los recuerdos de su infancia son del genocidio”. Cuando su hija tenía 8 años, sabía más de lo que Mukeshimana había anticipado. Cuando Estados Unidos iba a la guerra con Irak, su hija de entonces 8 años le escribió una carta al presidente de ese momento, George W. Bush. “Con su inglés deficiente, envió una carta a Washington para protestar contra la guerra”, relató Mukeshimana, quien es la fundadora de Genocide Survivors Support Network, una organización sin fines de lucro dedicada a la prevención del genocidio y defensa de las víctimas. “En esa carta, una de las líneas era ‘la guerra mata porque la guerra mató a mi padre, no quiero que vayan a la guerra’”. Ahora con 22 años, su hija se ha convertido en una activista de voz fuerte por derecho propio que dirige la atención a las injusticias, particularmente por asuntos de raza. Lo que para ella parecía imposible de comprender de niña le ayudó a fortalecerse como adulta.
A diferencia de la hija de Mukeshimana, yo no vivía en un lugar donde tuviéramos que enterrar los huesos de nuestros seres queridos. Ciertos detalles de la historia de mi abuelo, como el consumo de orina, podrían haber esperado hasta que fuera mayor. Pero mi madre sí lo presentó como un héroe y omitió los verdaderos horrores hasta que fui mayor. Los educadores y psicólogos dicen que lo importante es adecuar las historias a la edad y que cada niño es diferente. “El hecho de que pregunten sobre el pasado no significa que necesiten escuchar todos los detalles a una edad muy temprana”, aconsejó un psicólogo.
Aunque no hay una edad perfecta para abordar los horrores de vivir el Holocausto o el atentado suicida más reciente, muchos expertos recomiendan los años de la escuela intermedia. El grupo educativo sin fines de lucro Facing History and Ourselves dirige sus planes de estudio relacionados con el genocidio a estudiantes de octavo grado. Hay muchas razones para esto. A esa edad, los adolescentes comienzan a pensar de manera abstracta y pueden tener dos pensamientos contradictorios. Los testimonios personales también se pueden colocar dentro del contexto de la historia. “Si comienzas a pensar en quiénes son los adolescentes, ellos comienzan a pensar en sus propios problemas de grupo, poder y responsabilidad”, explicó Adam Strom, director de investigación e innovación de Facing History and Ourselves. “Pueden hacer conexiones entre el pasado y el presente, y pueden destacar las diferencias si se les pide hacerlo”.
Al final, todo se reduce a una filosofía individual de crianza. Dado que todos los niños maduran de manera diferente, no hay un solo método infalible.
En retrospectiva, estoy muy agradecida de que mi madre haya compartido la historia de su padre conmigo. Crecí creyendo que, de alguna manera, había heredado los poderes de superhéroe de este hombre valiente. Realmente había superado todos los obstáculos que enfrentó: cruzar un desierto durante seis días con solo dos tazas de agua, invocar una fuerza interior increíble y convencer milagrosamente con palabras empáticas a los gendarmes que iban a ejecutarlo para que no lo hicieran. Él continúa inspirándome, a pesar de que vivo un siglo después, lejos de los campos de exterminio de su juventud. Al contarme la historia de mi abuelo, mi madre también hizo lo más importante: se aseguró de que su testimonio personal sobreviviera a través de las generaciones futuras. Sin estas historias, nuestros hijos no solo pierden su conexión con sus propias familias, sino también con la historia.
Traducido por: SpanishWithStyle.com