Cuando era joven, mi hijo Cole era un escritor divertido, lector voraz y tan curioso que nos agotaba con preguntas. En segundo grado, lo evaluaron y dijeron que era superdotado. Ahora, a los 15 años, es tan probable que sea el maestro en nuestra relación como el estudiante. Pero con una rara excepción, saca calificaciones terribles. Con los años, me han dicho que tiene dificultades de aprendizaje y que necesita educación especial y medicamentos. He estado en todo tipo de reuniones de padres y maestros. He probado todo tipo de escuela: Montessori (enlace en inglés), áٱ (enlace en inglés), ú (enlace en inglés), éԾ (enlace en inglés), privada (enlace en inglés), así como educarlo en casa (enlace en inglés). Esperaba que, a medida que creciera, este chico brillante estaría más dispuesto a hablar y demostrar que su falta de atención no es apatía.

Pero hace tres semanas, cuando estaba por terminar su segundo año de secundaria, recibí una llamada de una maestra advirtiéndome que era poco probable que pasara al siguiente grado. Sabía que estaba un poco retrasado. De hecho, eliminé todas las distracciones que pude de nuestra casa (Xbox, televisión por cable) e incluso puse “controles de distracción” en su computadora portátil para evitar que se metiera a Facebook cuando debía estar estudiando. Cole y yo hablábamos de la tarea todos los días. Él me aseguraba que estaba siguiendo el ritmo en los estudios y que sus maestros simplemente no habían actualizado el sistema de calificaciones en línea. Sus esfuerzos, insistió con completa confianza, se verían reflejados en su boleta de calificaciones. Pero la maestra me informó que acababa de actualizar el sistema. Suspiré y eché un vistazo. Sus calificaciones eran tan bajas que tendría que trabajar para subirlas a F. ¿Qué pensaba él que sucedería cuando yo recibiera esa boleta de calificaciones?

Habíamos pasado por esto antes, pero siempre se las arreglaba para recuperarse en el último minuto. Esta vez fue diferente. Lo senté para explicarle que estas calificaciones estaban destruyendo sus sueños de estudiar ingeniería en una buena universidad. Se encogió de hombros y lucía desesperanzado. “¿Cuáles son las posibilidades de que ingrese a la universidad?”, preguntó.

¿No “apto” para la universidad?

¿Qué sucedió? ¿Cómo decidió esa mente brillante y curiosa que no era apta para la universidad?

Empecé a buscar soluciones a esos problemas. Primero llamé al orientador escolar para saber cuáles eran las opciones de Cole. ¿Debo dejar que repruebe para que pueda aprender de las consecuencias de su inacción? ¿Era matemáticamente posible que pasara de grado? “Es posible”, me dijo el orientador. “Pero dudo que pueda hacerlo. Se ha metido en un gran problema”. Estaba reprobando clases que no eran para nada fáciles. Ninguna cantidad de genialidad general lo ayudaría a pasar la clase de química de honores. “Pero puede retomar las clases en el verano. Si lo hace, esas calificaciones no afectarán su promedio de calificaciones (GPA), aunque el incidente aparecerá en su registro. Pero trate de hacer que lo arregle. Esta es una lección demasiado fuerte para su edad”. El orientador acordó hablar con Cole de hombre a hombre para explicarle la situación y las opciones que tenía.

Luego, hice lo que siempre hago cuando me siento perdida: investigar. Descubrí que lo que le está sucediendo a mi hijo es una epidemia y que ha estado sucediendo durante décadas. Los chicos comienzan a retrasarse en comparación con las chicas en el kínder y siguen haciéndolo hasta la universidad. ¿El resultado final? Universidades que solo tienen un 40 por ciento de estudiantes varones, y una fuerza laboral con educación universitaria donde las mujeres cada vez más son mayoría.

5 razones por las que los chicos reprueban

El Dr. Leonard Sax expone cinco posibles razones por las que nuestros chicos están reprobando: la dependencia de los chicos a los videojuegos, los métodos de enseñanza que no toman en cuenta cómo aprenden los chicos, una dependencia cada vez mayor a  (enlace en inglés) cuando son mayores, químicos en el ambiente que entorpecen las hormonas y la devaluación de la masculinidad en los chicos en las escuelas.

Leí en tiempo récord su libro (enlace en inglés). Estaba totalmente en lo cierto. Durante mucho tiempo he creído en alentar el “niño” en los chicos. A pesar de las sugerencias no tan sutiles que recibí en el kínder de que le diera Ritalin a Cole, él y yo nos negamos. Pero la sección sobre videojuegos parecía tener exactamente la respuesta que estaba buscando. A Cole le encantan los videojuegos, un amor que bordea la adicción.

Según Sax, la adicción a los videojuegos es un indicador de la personalidad de “deseo de poder”. Este término, acuñado por Friedrich Nietzsche, describe el deseo de controlar el entorno. Sax argumenta que el “deseo de poder” se encuentra entre los rasgos de personalidad básicos e inmutables, superando a otros impulsos básicos como el deseo de complacer. En los videojuegos, experimentas el control, a menudo de un mundo vasto y complejo que requiere reflejos rápidos, decisiones matizadas, memoria extensa y crueldad. De hecho, los juegos son uno de los pocos lugares donde Cole logra lo que los investigadores cerebrales llaman “flujo”, donde su mente está tan ocupada que pierde la noción del tiempo.

Llevaba mucho tiempo notando este aspecto de su naturaleza sin tener un nombre para ello.

En cuarto grado, por ejemplo, su maestra de artes del lenguaje me advirtió que estaba reprobando, así que convoqué una reunión. Ella me entregó una prueba: un examen en el que le habían pedido que escribiera una respuesta a un tema. Ella le había dado una F.

Estaba bien hecho, y no solo en la gramática y la ortografía: podía escribir una introducción, crear suspenso y contar un chiste. “¿Qué tiene de malo?”, pregunté. “Está muy bien escrito, incluso para un adulto”.

Me mostró la guía de la que había estado enseñando. Decía que una oración tenía que tener seis palabras. “Él usó una oración de dos palabras. No estoy tratando de enseñar a escribir bien”, me informó. “Tengo que enseñarle a escribir con base en esa guía para que pueda pasar los EOG (exámenes de fin de grado)”. Lo saqué de esa escuela poco tiempo después.

En casa, Cole miró el examen y se encogió de hombros. “No me importa lo que ella piense”, dijo. “Ella les dice ‘palabras brillantes’ a los adjetivos”.

“Ella no es tan buena escritora como tú”, le dije. “Este es un juego de palabras, y estas son las reglas”. Le entregué la guía. “Pensé que eras bueno con los juegos de palabras. Ella piensa que, si no puedes jugar este juego, tampoco saldrás bien en los EOG”.

Echó un vistazo a la guía y asintió. No dije nada más. Él volvió a su juego de computadora. Pero sacó A después de eso y una de las mejores calificaciones en los EOG.

Puede que no le interese complacer a los maestros, pero siempre está dispuesto a ganar un juego.

Las escuelas están diseñadas para las chicas

“¿Qué debo hacer?”, le pregunté a Sax.

“Solo hay una solución”, me dijo. “Inscríbalo en una escuela solo para chicos donde los maestros sepan cómo manejar esta personalidad”. Los maestros en las escuelas que él aconseja (con chicos del mismo sexo), entienden que los chicos responden a la competencia y, a veces, necesitan liderar. Entienden el concepto de deseo de poder y lo utilizan como una herramienta de enseñanza.

Desafortunadamente, no existe una escuela así donde vivimos y no puedo pagar un internado, dije.

“Tendrá que mudarse”, respondió sin dudarlo. Podía escucharlo escribiendo y buscando la escuela más cercana a nosotros, que resultó estar a tres horas de distancia, y estaba llena. Pensé que estaba bromeando, así que me reí. Hubo un silencio incómodo.

“Estamos hablando de su hijo”, me dijo. “Yo me mudé para que mi hija pudiera ir a la escuela correcta. No tiene elección. Si pensara que hay otra manera, no habría fundado la National Association for Single Sex Education”.

He cambiado a Cole de escuela media docena de veces sin éxito. Aunque el debate sobre las ventajas y desventajas de las escuelas con estudiantes del mismo sexo continúa, estoy dispuesta a creer que Sax podría tener razón sobre mi hijo. Pero a Cole le gusta su escuela, en gran parte porque hay chicas allí, y ninguno de nosotros quiere mudarse. Tomé nota de esta idea como un posible último recurso. Pero busqué una solución que se adaptara a nuestras vidas.

Richard Whitmire, autor de (enlace en inglés), tampoco vio una solución fácil. “Odio decir esto sobre su hijo”, dijo “pero, en este punto, no es probable que logre su sueño de estudiar ingeniería en una buena universidad”.

“Yo abandoné la escuela secundaria”, respondí. “Pero fui a una buena universidad después de un semestre en una universidad comunitaria (enlace en inglés), y he logrado la mayoría de mis sueños”. Le expliqué que fui a una escuela secundaria experimental diseñada como una universidad. La escuela perdió fondos en mi tercer año y cerró, pero no pude enfrentar la atmósfera carcelaria de mi única otra alternativa. Entonces hice el examen GED a los 16 años.

Whitmire escuchó con interés mi historia. Pero él insistió: “Usted no quería estudiar ingeniería. Usted no experimentó lo que su hijo está experimentando. Él está aprendiendo que no puede hacer las cosas. Parece que su experiencia tuvo el efecto contrario”.

Whitmire ha pasado años examinando la abrumadora cantidad de chicos a los que no les va bien en la escuela primaria y secundaria y luego les va mal en la universidad, si es que van. Esta tendencia ha estado ocurriendo durante décadas. En este punto, en algunas universidades, me dijo, las niñas superan en número a los niños: dos a uno.

El problema, dice (junto con Sax y muchos otros) es que se está forzando la educación en la vida de los niños más temprano. Kínder es lo que solía ser el primer grado. Las niñas a menudo están listas para leer a esta edad. ¿Los niños? No tanto. Entonces, desde su primera experiencia escolar, un niño siente que la escuela no es para él, un sentimiento que empeora a medida que pasan los años. Las escuelas, que una vez dejaron a las niñas rezagadas en matemáticas y ciencias, han sido renovadas para ser más verbales. Esto ha ayudado a las chicas. Pero los niños no son tan verbales y tienden a desconectarse cuando se habla demasiado. La tarea escolar es otro problema: en general, las niñas la hacen, los niños no.

De hecho, fue la falta de entrega de tareas (enlace en inglés) lo que explicaba, en su mayor parte, las calificaciones actuales de Cole.

No insistir con la tarea

El Dr. Kenneth Goldberg, un psicólogo clínico, escribió  (enlace en inglés) porque era el libro que deseaba tener cuando su hijo estaba en la escuela.

“Imagine al perro de Pavlov”, me dijo Goldberg. “Pavlov le enseñó al perro a salivar con una campana usando la estimulación positiva. Y les enseñan a las ratas a presionar un botón de la misma manera. Pero también pueden enseñarle a la rata a no presionar un botón con estimulación negativa. Eso es lo que les estamos haciendo a estos niños (y niñas) con la tarea”.

Algunos estudiantes no tienen problemas con la tarea. Pero para otros, este ritual nocturno es un infierno. Tal vez no prestaron atención en clase, por lo que no saben cuál es la tarea o cómo hacerla. Quizás tengan problemas para quedarse tranquilos otro momento más después de un largo día en la escuela. Algunos tienen una discapacidad de aprendizaje de bajo nivel, lo que los deja en desventaja cuando se trata de procesar información que se dice en voz alta. (Los niños son mucho más propensos que las niñas a tener estas discapacidades).

Cualquiera que sea la razón de la dificultad del estudiante con la tarea, es una gran parte de la educación escolar. Así que los padres, preocupados, pasan horas en eso todas las noches. Perdemos tiempo familiar, actividades agradables después de la escuela y la armonía de la vida familiar. Se convierte en una guerra entre padres e hijos para hacer este trabajo esencial.

“Vamos a la escuela por cinco horas. Vamos al trabajo por ocho horas. Pero un estudiante atrapado en la tarea tiene que trabajar en ella hasta terminarla o hasta que todos estén demasiado exhaustos como para que les importe”, dice Goldberg.

Pensé en todas las peleas que Cole y yo hemos tenido a lo largo de los años por la tarea (enlace en inglés). Parecía inútil y cruel.

¿La solución? “Establezca un tiempo preciso para la tarea: diez minutos por clase es una buena cantidad”, dice Goldberg. Cuando se acabe el tiempo, habrá terminado. La idea es que, con el tiempo, se está cambiando la forma en que el chico aborda y se siente con la tarea. Eventualmente, dice Goldberg, Cole podrá terminar toda su tarea sin la lucha habitual. (Idealmente, el maestro y los padres idean una solución para la tarea que funcione mientras se entrena al chico para que aborde la tarea de manera diferente).

¿Funcionaría esta solución? ¿Y cooperaría con nosotros la escuela? Tendríamos que ver.

Vamos a hacer un trato

Me gustaría renunciar a este sistema que le está enseñando a mi hijo que no puede tener éxito e inscribirlo en una escuela virtual como (enlace en inglés) o (enlace en inglés), o mudarme para que pueda ir a una escuela solo para chicos. Pero Cole quiere quedarse en esta escuela. Así que creamos un plan para hacerlo recuperarse: si reprueba, puedo tomar una decisión.

Imprimí una lista de todas las tareas y exámenes faltantes. Él la observó agradecido. No había estado prestando atención y no tenía idea de lo que faltaba.

Luego, le pedí a mi madre que pasara todas las tardes después de la escuela. Ella nunca ha sido parte de la batalla por la tarea, así que pensé que podría ser una persona más efectiva para ayudarlo a superar el problema. Ella leía mientras Cole se conectaba en línea en (enlace en inglés), poniéndose rápidamente al día con química y álgebra. En Salman Khan (en la Khan Academy), Cole descubrió un profesor de matemáticas y química con el que podía identificarse, como pensé que lo haría.

También hizo todo lo posible para impresionar a su abuela con su diligente atención al trabajo. Aunque ella no hizo mucho más que sentarse a observar, ocasionalmente lo redireccionaba gentilmente a sus estudios si se distraía. Ella se quedaba por una hora. Una vez que se iba, la hora de la tarea había terminado. Podía hacer más trabajo si así lo quería y a veces lo hacía. Pero eso dependía de él.

Una cosa estaba clara: este nuevo método estaba funcionando. De repente, la tarea no era algo que Cole intentaba evitar con cada gramo de su inteligencia y esfuerzo. Sabiendo que en una hora terminaría y que tenía mucho trabajo por hacer, fue más fácil para él hacer la tarea.

Cole comenzó a entregar muchas tareas. Comenzó a verse menos desesperanzado. Un domingo, cuando mi madre estaba de visita, salió de su habitación, la abrazó y le dijo: “Gracias a ti ayer obtuve la calificación más alta en mi clase de química”. Su aspecto familiar de fracaso estaba empezando a desaparecer. Tres semanas después, obtuvimos la boleta de calificaciones de Cole: tres C (matemáticas, química y educación cívica) y una B+ (escritura creativa, anteriormente su calificación más baja).

Logró pasar al siguiente grado. Pero su GPA nunca se recuperará, a menos que vaya a clases de verano, retome esas clases o se cambie a una escuela virtual (enlace en inglés).

Nos sentamos juntos para considerar su agridulce victoria. Dejé en claro que todos estábamos impresionados por lo que había logrado. “Aprender química de honores en tres semanas no es poca cosa”, le dije. “No mucha gente podría hacer eso. Si hubieras comenzado antes, podrías haber llegado al cuadro de honor”.

El asintió. “Me faltaba iniciativa”, me dijo. “Pero aprendí mi lección”.

“Le irá bien”, me dijo Tisha Green Rinker, gerente principal de orientación escolar de (enlace en inglés). “He visto a chicas embarazadas que dejaron la escuela a los 15 años venir con nosotros, obtener un diploma de escuela secundaria y asistir a la universidad. Cole tiene algo que ninguna de esas chicas tiene: a usted. A usted le importa. Usted cree en él. Y usted está dispuesta a hacer lo que sea necesario para ayudarlo”.

Ella está en lo correcto. Cuando abandoné la escuela secundaria, fácilmente podría haberme convertido en una estadística utilizada para apoyar una teoría. Muchos de los expertos con los que hablé probablemente habrían predicho un resultado infeliz para mí. Aun así, mi madre me animó a seguir el camino que era adecuado para mí. Encontrar mi camino a la universidad sin seguir lo convencional puede haber sido una de las lecciones más importantes que aprendí como estudiante.

Sin embargo, como madre de un niño con dificultades, no siempre es fácil sentirse tan optimista. Frente a tantas estadísticas desalentadoras sobre los chicos que reprueban, ningún padre puede permitirse sentarse y tener fe en que su preocupación será suficiente para ayudar al niño a salir adelante. Yo todavía no sé si Cole logrará alcanzar sus sueños, pero elijo creer en él. Ni siquiera es realmente una elección. Me niego, soy incapaz de verlo como una de esas terribles estadísticas. Hoy no. Probablemente nunca, sin importar el resultado de las cosas.

He aprendido algunas cosas en todos estos años de ayudar a este chico a sobrevivir la escuela: incluso cuando parece no estarlo, está escuchando. Incluso cuando dice que puede hacerlo solo, necesita ayuda para encontrar una solución que no puede ver, o una forma de alcanzar una meta que ha abandonado.

Pero la lección más importante que aprendí es que las personas que me dicen lo que este chico no puede hacer suelen estar equivocadas.

Me han dicho que no puede realizar exámenes (los pasa con calificaciones sobresalientes). Que no puede prestar atención sin medicamentos (presta atención sin ellos). Que disminuirá el promedio de EOG de la clase (suele obtener el puntaje más alto). Y que no puede manejar la carga de trabajo (¡clases de química de honores y álgebra 2 de honores en tres semanas! Intenta lograr eso).

Entonces, esta es mi respuesta a “No logrará sus sueños”: ¿qué tal si hacemos una apuesta?

Translated by: SpanishWithStyle.com